Volver a Orión
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Orión, Los oráculos
Recuerdo que descubrí las aventuras de Orión por casualidad, hace ahora once años. Fue en la feria del libro de la primavera de 2012, a la que acudí con cierto júbilo: el que me procuraba la satisfacción de un viejo deseo: que empezasen a traducirse al español los álbumes de Jacques Martin. Quería más desde que me compré algunas entregas de las aventuras de Alix, en la edición de Norma de primeros de los 80 a finales de aquella década, y todos los títulos de las de Lefranc dados a la estampa por Ediciones Junior, también en ese tiempo -el de mi juventud, los años 80- que ahora sé una segunda edad de oro del cómic en España. O, por mejor decir, el tiempo de la apasionada reivindicación del noveno arte por los adultos -aún jóvenes, como yo entonces- que de niños leyeron con avidez cuantos tebeos pudieron. Ya al final de siglo, Glénat tuvo la gentileza de obsequiarme el integral de Arno. Fue en esas páginas donde descubrí los dibujos de André Juillard, desde entonces, otro de mis favoritos de la bande dessinée.
El colofón a tanta delicia fue el descubrimiento de las aventuras de Jhen en París en 2000. Desde entonces, conocedor de la vastedad de la obra de Martin, ardía en deseos de que alguna editorial se decidiera a publicarla sistemáticamente en España. Con anterioridad, incluso las cuatro entregas de Alix publicadas por Okios Tau -casa legendaria en lo que a la traducción de bande dessinée en nuestro país se refiere-, habían sido esporádicas, limitadas a algunos álbumes.
Así estaban las cosas cuando supe de la encomiable iniciativa de NetCon2 para paliar la ausencia de los álbumes de Jacques Martin en España y en la primavera de 2012 fui al paseo de coches de El Retiro -por cierto, hoy se incoa el expediente municipal para que la Feria pase a formar parte del Patrimonio Inmaterial de Madrid- dispuesto a comprarme alguna aventura de Alix, Lefranc o Jhen cuando Orión se cruzó en mi camino. Recuerdo que lo que me hizo decidirme por este joven ateniense fue que sus dos primeras entregas fueron los últimos álbumes que Martin escribió y dibujó personalmente. Keos es posterior, pero los dibujos de este último personaje son obra de Jean Pleyers.
En fin, que mi recientísima lectura de Los oráculos, última entrega de Orión después de haber leído todo lo que he podido de Jacques Martin -desde 2012, pero muy especialmente en los últimos meses-, ha sido como un regreso a los orígenes. Volviendo la vista atrás, descubro que Martin y Hergé, han capitalizado cuanto he escrito en esta bitácora sobre cómics, desde que empecé a dar a conocer los primeros asientos, hará en breve trece años. Tenía ganas. ¡Vaya si es cierto! Estaba ávido de leer a Martin y escribir sobre su obra desde que empecé a echar de menos las traducciones de sus álbumes.
En esta ocasión, tras una paz de treinta años, la guerra del Peloponeso vuelve a enfrentar a Esparta y Atenas. Los hoplitas espartanos, del ejército del rey Arquidamos, sitian Atenas desde el Ática. Pericles, consciente de que las tropas del enemigo son mucho más numerosas, no quiere salir a combatirles a las puertas de la ciudad como los espartanos desean. Ante este panorama, envía a su mujer, Aspasia de Mileto -aquí simplemente Aspasia por ese inquebrantable afán del gran Martin de aligerar de solemnidad a la antigüedad clásica para acercarla a los lectores de sus álbumes- a consultar el oráculo de Córcira -la actual Corfú-.
No muy lejos de allí, Orión echa de menos a Hilona, su “dulce compañera” encontrada en El lago sagrado (1990*) y perdida en El río Estigia (1996). El amor del ateniense por la joven con la que escapó -entre otros ilotas- del pérfido Brásidas, el villano de esta serie, es el más romántico -y creo que el único- de toda la obra de Jacques Martin. No sé si será mucho decir que de toda la bande dessinée. Pero de cuanto yo he leído, también.
En fin, que el intrépido ateniense la recuerda abstraído, con la mirada perdida en las aguas de un río, cuando es devuelto a la vida por los gritos de unos paisanos que corren tras un ladrón de fruta. El perseguido resulta ser un huérfano, Panayotis, quien, tras darle las gracias y acogerle en su casa, le habla del santuario del Necromanción, donde los vivos pueden entrar en contacto con los muertos. Ese ingrediente sobrenatural de las aventuras de Orión, que fiel al espíritu de la mitología griega, en la que los dioses interactúan con los humanos, trufa de fantasía algunas viñetas, acaba de hacer su aparición.
Panayotis quiere visitar el Necromanción para llevar allí las ropas de su madre. Ésta le dijo a su padre que sentía frío en su confinamiento en el reino de Hades, el inframundo griego. Puesto a llevarle sus ropajes, el padre de nuestro huérfano perdió la vida en el naufragio de la nave, en la que navegaba a la isla del Necromanción, y ya sólo queda Panayotis para culminar la empresa que ha de procurar la paz del descanso eterno a sus padres. Orión decide acompañarle, a la espera de ponerse en contacto con la dulce Hilona en el singular templo.
Durante el camino, en un lance con unos espartanos que acaban de arrasar una aldea, Panayotis pierde el conocimiento y Orión ha de cargar con él. De nuevo en el camino a Necromanción, un río les sale al paso y el mismísimo Caronte, tras cobrarles el conocido peaje que cobra a los finados por transportarles en su barca al inframundo, los lleva al extraño santuario.
Mas en el Necromanción, lo sobrenatural brilla por su ausencia. Brásidas ha hecho prisioneros a los sacerdotes al cuidado del lugar. De modo que son los espartanos, haciéndose pasar por los oráculos aludidos en el título, los que aconsejan a Aspasia que los atenienses salgan de su ciudad a combatir a los espartanos. Orión, que está allí por Panayotis, se entera de la jugada.
El resto es la peripecia para avisar a Pericles de lo acontecido con los oráculos. De regreso a Atenas, aún tendrá tiempo de salvar a la ciudad de una nueva amenaza: el envenenamiento del agua por parte de los esbirros de Brásidas.
Pericles, en agradecimiento a Orión, acoge a Panayotis en Atenas como si fuera uno de sus ciudadanos. Nuestro héroe vuelve a salir de la ciudad, siempre en busca de su añorada Hilona. Lástima que esta fuera su última aventura.
Por mi parte, sólo me resta el encendido elogio al dibujo de Marc Jailloux. Tanto ésta como la entrega anterior -El faraón, que ya tengo encargada pero aún no he leído- ya no fueron dibujadas por su creador, el gran Jacques Martín. Pero, insisto, el dibujo de Jailloux me ha satisfecho plenamente.
*La fecha se refiere a edición original francesa, de Bagheera, ya que, en aquel tiempo, Jacques Martín tenía problemas contractuales con Casterman, que sí acabaría reeditando el álbum.
Publicado el 11 de marzo de 2023 a las 07:00.